Los primeros pasos
Sentada junto a él, me pregunte en silencio que sería de su vida. Fue un día soleado, seco como todo el pueblo, silencioso con ruidos lejanos de las campanas de los chivos en el monte.
Llegaba como apoyo de la profesora unitaria de la primaria rural; de primero a sexto, todos juntos divididos por filas, sentados en bancas de madera rayadas y desgastadas por los años.
Él, un niño que pasaba a tercer grado, fue regañado y castigado a no salir al patio a la hora del recreo por no haber podido leer la primera línea de su libro de lecturas. La maestra se dirigió a mí y la mirada entendí que tenía que quedarme hasta que él terminara el párrafo completo.
A solas sentí todo; tristeza, angustia, preocupación y hasta culpa, por las condiciones en las que el niño había crecido y que ahora unas cuentas palabras lo detenía del tiempo de la escuela que más disfrutaba, jugar con sus amigos.
Su futuro se torno incierto, pero él como yo, sabíamos que estaba destinado a atajar chivos y sembrar frijol como su abuelo y su padre.
Los minutos habían pasado, escuchamos el grito de aviso que indicaba la entrada al salón. La verdad no leímos el párrafo, nos quedamos la media hora platicando de las travesuras que los chivos hacen en el monte y lo mucho que le gustan las tortillas de su mamá.
Esta historia que cuento, confieso ya la había olvidado, pero hoy la recordé como si ayer la hubiese vivido.
Mtra. Samantha E. Vaquero Martínez
Instituto Jaime Torres Bodet
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