Todo comenzó con el inicio de Junio en una fecha especial para mí, mi cumpleaños. Durante ese periodo estábamos en jornada de práctica (de hecho era el último día) y como todo buen docente responsable me dirigía puntual hacía la escuela sin saber lo que me depararía el destino.
Llegué allí sintiéndome raro, siempre había pasado mi cumpleaños en la escuela rodeado de mis amigos y ¿por qué no? a la espera de recibir un regalo de una persona especial. Pensando en ello me dirigí al salón correspondiente a la primera hora y comencé mi clase a la expectativa de los alumnos que notaban una alegría especial en mí preguntándome los motivos, yo no les conté nada y seguí abordando mi tema que era la carta formal. Termino la clase y me dirigí al siguiente grupo al cambio de hora en mi papel de practicante de tiempo completo. En este salón había alumnos que se enteraron de mi cumpleaños vía facebook y me dieron un abrazo muy discreto. Ya en clase, creo que el mejor regalo de su parte era que me entregarán un buen producto al final del proyecto y así lo hicieron.
Todo marchaba a la perfección pero faltaba una cosa que me pregunté toda la mañana ¿Y la maestra titular? ¿Acaso se habrá tomado el día libre? Seguí con ese dilema por un buen rato y después me fui a desayunar solo, ya que al parecer, de todos mis compañeros era el único que no tenía compañía y me dio tristeza no recibir un mensaje de nadie ni siquiera de mi compadre peluchín.
Fuí a la cafetería y me dijeron que mi desayuno estaba pagado por mi maestra titular, algo que no me sorprendió ya que ella era muy amable y siempre se enojaba si le decía que no. Terminé de desayunar y esperé a que terminara la hora para continuar con la práctica, con la sorpresa de que había reunión de profesores y se iba a demorar un poco. Aburrido pase las dos horas siguientes viendo como los alumnos corrían y jugaban hasta que terminó la junta para dar paso a la última hora del día. La motivación llegó a mí por enésima ocasión ya que a pesar de que existe el mito de que la última hora es la más pesada me tocaba clase con el grupo con el que desearía trabajar toda mi carrera. Casi llegando al salón de clases recibí un mensaje a mi celular de mi maestra diciendo que fuera a la sala de maestros por sus listas y que subiera a dar clases. Obedecí la petición y me dirigí al salón de clases no escuchando alboroto en los pasillos, cosa que se me hizo rara. Toqué la puerta y no me abrieron, volví a tocar y no me abrían, me enoje y pensé en llamar a la prefecta, toque una tercera vez y al momento en que me abrieron todos coreaban las mañanitas y en el escritorio estaba la maestra con un pastel y con unas compañeras practicantes de otra normal con las que había tenido buena relación. Mi mueca no podría ser otra más que la de gratitud y emoción, pensé que podría salir una lágrima pero no señor los hombres no lloran, en realidad fue la mejor experiencia que he tenido dentro de mi carrera docente y quizá algo que me ha inspirado para seguir adelante. Después de eso la maestra me pidió una disculpa por presentarse a esa hora, pero quería que todo fuera una sorpresa que habían preparado ella y mis otras similares que se habían enterado por el bendito facebook. Ese día ya no trabajé mi sesión de clase, solo recogí productos para entregar la calificación final.
José Manuel Pérez Zayas (5to semestre especialidad español-IJTB)
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